Irme de intercambio siempre fue una meta a largo plazo desde que entré al liceo, y aunque al principio siempre tuve opciones de ir a Italia o Japón, terminé viviendo en un país prácticamente desconocido para todos, incluyéndome, por lo que no llegué a tener muchas expectativas.
Este país me dio muchas lecciones de vida; me enseñó a valerme por mi misma, me regaló una hermosa cultura y fue donde tuve el gran año de mi vida. Ese país fue: Malasia.
Desde un principio todo fue divertido y extraño a la vez, porque al ser un país multicultural las cosas cambian… y mucho! Aunque sea por un pequeño detalle, todo se transforma en algo nuevo.
Recuerdo, que el primer día cuando llegué, me miraban extrañados, como pensando: ¿Esta chica de dónde salió? La comida, fue el susto más grande de mi vida, yo sólo tomé “al ojo” lo que me parecía más familiar ¡gran error!, fue lo más picante que pude haber comido hasta ese entonces.
Y así como fueron pasando los días, me daba cuenta que tanto como mi familia malaya y mi colegio eran geniales. Vivía en un pueblito llamado Lunas, donde todos se conocían y siempre habían actividades o cosas por hacer en comunidad. Por ejemplo, formé parte de los “Kadet Polis” (cadetes de policía) durante un tiempo y puedo jurar que son el grupo más esforzado que he visto en mi vida.
Las clases, a pesar de que yo estaba un año adelantada, no fueron fáciles dado que aprender malayo no es nada sencillo y hay muchas palabras que se parecen y ¡uno se confunde!