Mi decisión de realizar un intercambio intercultural, fue impulsada más que nada por el vehemente deseo de dar un salto al vacío: el adiós a la zona de confort, perderme, entrar en lo desconocido, conocer una cultura completamente ajena, aprender una lengua nueva. Un desafío, al final del cual adquiriría una visión del mundo renovada. El lugar donde encontré todo ello fue un pequeño y bello país, que suele pasar inadvertido en la inmensidad del viejo continente: la hermosa República Checa.
Aquí fue donde durante medio año, lejos de Chile y mi Latinoamérica, me empapé de una cultura que vive y respira en cada rincón del país: impregnada en cada árbol, en todas las murallas de diversos castillos, pueblos y ciudades. Me hablaba en el silencio del maravilloso Český raj (Paraíso checo), área protegida y llena de monumentos históricos y cultura: la armonía entre historia, arte y naturaleza nunca dejó de parecerme de otro planeta. Podía probarla en un hogareño plato de knedlíky s gúlašem (bollo de pan con carne encebollada) y un sinfín de sabores y olores que la tierra y su gente compartieron con el pequeño niño latino. Y que la respiraba en la paz de mi pequeño pueblo Pohoří, y en la infinita amabilidad y sosiego de los checos. ¡Con qué interés y afable curiosidad entablaban siempre conversación conmigo, en el momento que les comentaba que era chileno!